viernes, 2 de abril de 2010

Sermón de las Siete Palabras

A las 12:00 h del Viernes 2 en la Plaza Mayor de Valladolid el Cardenal Arzobispo Emérito de Sevilla, Emmo y Rvdmo. Sr. Fray Carlos Amigo Vallejo ha pronunciado el Sermón de las Siete Palabras. Si no habéis podido estar presentes os lo dejamos a continuación:

Cuando encontraba tus palabras, las devoraba, me las comía. Tenía ansias de conocerte. Por eso, tus palabras eran para mi gozo y alegría. (Jer 15, 10). Hazme vivir, Señor, siguiendo fielmente tu palabra (Sal 119).  

              Subimos al Calvario, en Jerusalén. Dios habla en su Hijo Jesucristo. No podíamos encontrar un lenguaje más elocuente, más claro, más sabio. Es el que  comprenden los sencillos y los humildes. Miremos, pues, con los ojos de la fe y escuchemos con la sinceridad del corazón

              Buscamos el encuentro de Cristo, pues solamente en su compañía se puede encontrar la luz y la serenidad que necesitamos. Oír sus palabras, mirar sus gestos, meterse en sus sentimientos, vivir su entrega y su ilimitada confianza en el Padre Dios.

              Lo que hoy, Viernes  Santo,  vivimos y celebramos, no es algo pasado, ni simple recuerdo de lo que aconteciera hace tiempo. Es memoria, actualización vida, presencia...

              Lámpara es tu  palabra para mis pasos, y luz para el sendero (Salmo 118). Tu palabra llena mi espíritu de vida. Habla, pues, Señor, que estamos ansiosos por escucharte.


PRIMERA PALABRA: PADRE PERDÓNALES PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN (Lc 23, 34)


              Si alguien te ha ofendido, que se arrastre, y que te suplique, y que se humille ante todos, y que lo vean sus hijos avergonzado y hundido... ¡Qué crueldad!

              La misericordia es un regalo de Dios y un "derecho" de los hombres, adquirido por los méritos de Cristo

              Injusticias, violencia, extorsiones, guerra, maledicencias y calumnias, no dejar vivir en paz... Nuestro camino, el que hemos aprendido de Cristo crucificado, es otro bien distinto, aquel que se asienta en la justicia y en el perdón.

              La paz  verdadera es obra de la justicia y del amor. Estos son los pilares en los que se asienta. Y una forma particular de amor es el perdón.  Pero se piensa que la justicia y el perdón se contradicen.

              El perdón se opone al rencor y a la venganza, no a la justicia. No es renunciar a la justicia, sino el quitar de las heridas abiertas todo lo que pueda haber de deseos de venganza y de odio.

              El perdón parece una claudicación, una debilidad... Pero es la coronación de la justicia y señal de noble grandeza humana y cristiana (Cf. Juan Pablo II. Mensaje en la Jornada mundial de la paz, 1-1-02).

              La misericordia es el bálsamo que se pone en las heridas de la humanidad para que no se infecten con el odio...

              ¿Por qué tenemos que actuar de esta manera? Unos nos piden que hagamos milagros, otros que resolvamos todos los problemas... Nosotros no tenemos más que el ejemplo de Cristo crucificado, escándalo para unos, indiferencia para otros, pero para los cristianos es "fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres (1Cor. 1, 2125).

              Cristo, el hijo de Dios asume nuestra humanidad y con ella las heridas del pecado que solamente pueden curarse con el sacrificio de la cruz. Nosotros pusimos los pecados. El llevo la cruz y el sacrificio hasta la muerte.

              Siendo Dios, quiso vivir y padecer como hombre. Lo venos humillado y escarnecido. La imagen, que en tantas formas distintas vamos a contemplar estos días, nos está hablando de humillación, de despojamiento, de humildad. Solamente el que se despoja de orgullos y presunciones, de falsas sabidurías humanas, de codicias e intereses, es que puede hacer gestos eficaces de salvación. Que no es la soberbia la que une a los hombres, sino la humildad. Que no es el orgullo el que construye la paz, sino el reconocimiento sincero de los derechos de cada uno. Que no es la codicia la que hace al hombre feliz, sino el sentirse solidario con los demás. Que no es el individualismo egoísta el que da la tranquilidad de ánimo, sino la práctica sincera del amor fraterno.

              Habíamos pedido que cayera fuego del cielo sobre los que nos hacían mal. Y se nos hablaba de perdón. Habrá perdón, podíamos decir, pero con rencor, sin olvido... Tendremos, pues, que saber que el camino de Cristo es camino de justicia, no de odios... En verdad, este era un hombre justo, como dijo el centurión. Y este hombre justo es quien perdona.

              Perdónanos como nosotros perdonamos... ¡Si Dios viera cómo perdonamos! El perdón. Noble sentimiento del alma. Y que difícil resulta perdonar. Pero es la gran señal: en esto se conocerán que sois discípulos míos, en el amor que haya entre vosotros (Jn 13, 35). Es lo más propio del cristiano y nadie puede decir que no puede dar este regalo del perdón.  Padre, perdónanos como nosotros perdonamos. Es la oración de súplica más hermosa. Es la del corazón limpio que habla con Dios. Se reconoce pecador y dice: Padre, perdonarlos. Cristo, el Señor misericordioso, nos da esta gran lección de la misericordia: El saber perdonar.

              Aunque pecadores, somos sus hijos. ¿Qué podíamos esperar de Cristo sino que perdonara? El vino para perdonar y llenarlo todo de misericordia. Así que si tu hijo te ofende, que con ver tus ojos sepa que has perdonado y tienes misericordia con él.


SEGUNDA PALABRA: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO (Lc 23, 43)


              Que buenas razones tenemos para la esperanza. Allí estaban los dos ladrones. Cristo, a su lado. Dispuesto a perdonar y a ofrecer. La esperanza: hoy puedes estar conmigo. Solamente tienes que mirar con ojos de misericordia al Señor y confiar en Él.

              ¿Quién dicen que soy? Unos, que eres un patriarca del Antiguo testamento, otros que un profeta extraordinario, otros que un impostor, otros que un demonio, otros que un simple líder religioso... (Mt. 16, 13).

              Contemplamos a Cristo escarnecido y muerto en la cruz. ¿Quién es este que muere de manera tan ignominiosa? Es Cristo el Señor, Mesías, el Hijo de Dios.

              Ahora podéis elegir. Nosotros no tenemos otro Dios que el Dios de nuestros padres. No queremos otro maestro, otro Señor, otro modelo, otro Dios que el Dios de nuestro Señor Jesucristo.


              Cristo vino para salvar aquello que se perdía... Para ayudarnos a enderezar los pasos torcidos... Para que los ciegos recobraran la vista, para que los cautivos oyeran el anuncio de liberación, para que los oprimidos tuvieran libertad... (Lc 4, 1819)

              Ahora podemos comprender muchas cosas. A Cristo se le insulta y escarnece. El Cristo no responde a las maldiciones, pero sí a la súplica del buen ladrón.

              Jesucristo, el Señor, vino a cargar con nuestros pecados. Sobre El cayeron las afrentas para que a nosotros llegaran las bendiciones. Ofreció su rostro a la ignominia para que el nuestro no quedara avergonzado (Is 50, 7). Se despojó de su rango (Flp 2,6) y se humilló ante los hombres para salvar a los que habían de resucitar con El.

              Más allá de las dificultades y de la debilidad está la firmeza de la confianza en Dios. Detrás de la inconsistencia de los hombres está la fuerza de Dios. Confianza en Dios que no es evasión de las responsabilidades humanas que los hombres tenemos en la construcción diaria de este mundo que Dios ha puesto en nuestras manos. Pero trabajo a realizar con el favor de Dios, pues de lo contrario podríamos errar  el camino.

              El buen ladrón no regatea, ni pone condiciones para aceptar el perdón de Cristo. La misericordia, ofrecida y aceptada, no sabe de otra cosa sino de una inmensa generosidad: la del amor de Dios por sus hijos.

              La lección que aprender es tan clara como imprescindible: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre." (Flp. 2, 511).

              La luz y la esperanza nos vienen del reconocimiento de Cristo metido en la pasión de los hombres, en su dolor, en sus aspiraciones y sufrimientos. La paz nos llega con Cristo, Dios de Dios entre los hombres, que no tuvo inconveniente en rebajarse hasta la muerte de cruz, para ayudar y salvar a los que habían caído. La luz, la esperanza y la paz serán fruto y consecuencia de la identificación del hombre con Cristo, con su Evangelio, con su vida, con la vida según la verdad de la palabra revelada, con la fidelidad a la acción del Espíritu.

              Al ladrón arrepentido Cristo le ofrece el perdón la esperanza y la paz.


TERCERA PALABRA: MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO (Jn 19-20-27).


              ¿Y a nosotros qué nos vas a dejar en herencia? Cristo lo está repartiendo todo: el perdón, el paraíso al buen ladrón... ¿Y a nosotros que estamos aquí junto a Juan, qué vas a dejar? A nosotros nos dejó lo que más quería: su Madre. Y el discípulo la llevó a su casa. No solamente le dio cobijo. Sino que la puso en su vida y. Y miraba a la Santísima Virgen y aprendía en Ella as mejores lecciones del  amor más grande a Dios. Y viendo a la Madre, se acordaba de Jesucristo, el hijo Dios.

              Hemos llegado al calvario con María, la madre de Jesús.  Vimos a su Hijo humillado y escarnecido, clavado y muerto en la cruz.  Mirad y ved si puede haber dolor más inmenso que el dolor de la Madre.  Tan grande ha sido, que Dios ha hecho, en ese sublime dolor, el milagro de la transformarlo en esperanza. Y desde aquel día, y ya para siempre, ella será, para todos los redimidos con la sangre de su Hijo, la Madre de la Esperanza.

              Se olvida de sí mismo y piensa en los demás: enemigos, ladrón, nosotros, María... Nosotros fuimos los más favorecidos. Nos dejó lo que más quería. Su Madre.

              ¿Qué le vamos a regalar al Hijo de Dios cuando venga a la tierra?  Entonaremos para él, se dijeron los ángeles, los más armoniosos cánticos. ¡Gloria a Dios en el cielo! Nosotros guardaremos para Él las mejores y más suaves pieles de nuestros rebaños, acordaron los pastores. Los Magos prepararon oro, incienso y mirra. Y nosotros,  que éramos los más desarrapados y pobres, ¿Qué le podemos regalar al Hijo de Dios cuando venga a la tierra para hacerse hombre? Y fuimos buscando entre lo mejor que había en el mundo. Y el regalo de la humanidad a Dios fue ofrecerle lo mejor y más santo que teníamos en la humanidad, una Madre Virgen, María. Este ha sido el regalo de al humanidad a Dios.

              ¡Qué bien cumplieron, Cristo y María, su deber de Hijo y de Madre! Las grandes obligaciones de los padres con los hijos y de los hijos con los padres son siempre aquellas que comienzan y terminan en un amor sin medida.

              ¡Cuántos huérfanos de padres vivos! Padres que han perdido a sus hijos, sin que se les hayan muerto. Se les ha matado la droga, la angustia del desempleo... Padres que prefirieron que el hijo naciera muerto antes que recibirlo y llenarlo de amor entre sus brazos... Cuando se olvida ese amor tan grande del matrimonio, la familia y la vida, la auténtica felicidad se aleja cada vez más.

              Jesús está muriendo en al cruz. Su dolor se acrecentaba por la presencia de su Madre. El gran sufrimiento del corazón de Cristo fue el dolor de su Madre. Fue una espina mucho más hiriente que las de su cabeza. Unas llagas muchos más dolorosas y sangrantes que les que llevaba en sus pies y en sus manos.

              Aquí está la esclava del Señor (Lc 1, 38), había dicho un día María. Y se reafirma en la entrega sin condiciones junto a la cruz de su Hijo. María al pie de la cruz. Como siempre: junto a su Hijo.

              María no comprendía muchas de las cosas que le pasaban a su Hijo. Pero todo lo guardaba en su corazón. Es que los misterios grandes, no se comprenden, se viven. Son misterios, no por incomprensibles, sino por admirables, sublimes e inmensos.

              Cuánta razón tenía Isabel cuando le dijo a su prima Santa María: Dichosa tu porque has creído, porque te has fiado de Dios, porque te has dejado llevar de  la mano de tu Hijo (Lc 1, 45).

              ¡En qué buenas manos estamos! Cuanto más se bajaba la cabeza del Hijo, más se elevaba la de la Madre. Cuanto más se cerraban los ojos del Hijo, más se abrían los de la Madre. Cuando más se hundía el cuerpo del Hijo, más se erguía el de la Madre y elevaba los brazos para que el cuerpo del muerto del Hijo cayera sobre el vivo amor de su Madre.

              ¡En qué buenas manos estamos! Las manos de la Madre lo reciben en la gran pobreza de las más grandes heridas.  Pero Ella será siempre la más cuidadosa de las enfermeras en el hospital de las misericordias de Dios (San Juan de Ávila).

              María, la Madre más Dolorosa, María la Mujer más glorificada. Es que Cristo llevó corona de espinas para que su Madre la pudiera llevar de flores.

              Tampoco conviene olvidar que nuestra madre es la Iglesia – María, figura y madre de al Iglesia – y que será a nosotros, sus hijos, llevar no pocas espinas para que ella siempre sea reconocida como señal de salvación para todos los hombres.


CUARTA PALABRA: DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?  (Mc 14, 34)

              ¿Por qué suceden estas cosas, que tienes unos hijos que da gloria verlos?  ¿Por qué tienes salud, trabajo,  gente que te quiere y a la que querer…? Con frecuencia, no son estas expresiones de reconocimiento a las bondades que Dios nos hace, sino de queja y reproche por aquello que nos aflige. Y en lugar de ponernos en las manos de Dios queremos que Dios se ponga en nuestras manos

              ¿Por qué me has abandonado,  Dios mío? No es un grito desgarrador, es una súplica. Esta palabra de Cristo es una oración y una entrega: Dios mío, pase lo que pasare, estoy contigo,  estoy en tus manos. Es un abandono activo en Dios. No es evadirse de las responsabilidades. Es confiar plenamente en Él. En aquel que nos ayuda. En Jesucristo.

              ¿Dónde está Dios? Por qué consiente tanta injusticia. Por qué el hambre y el sufrimiento de los inocentes... ¿Por qué no hace ahora el milagro de multiplicar el pan? ¿Por qué no cura tanta enfermedad?...

              Y la respuesta de Dios: ¿Por que me pides a los milagros que ahora debes hacer , con el reconocimiento de la justicia, con la solidaridad, con la caridad cristiana?

              ¿Es que Dios se ha olvidado de los hombres o los hombres no quieren saber ya nada de Dios?  Se va cumpliendo lo que decía Pablo VI: Podemos organizar la tierra sin contar con Dios, pero acabaríamos construyéndola en contra del hombre (Cf. Populorum progressio 42).

              ¡Qué contrastes y absurdos más sorprendentes! Realizaciones espléndidas y masacres inconcebibles; avances científicos y técnicos deslumbrantes en defensa de la vida y, al mismo tiempo, se la mata. El hombre que domina la naturaleza y que la destruye. Conquistas sociales y conflictos laborales, precariedad del empleo, paro, marginación social... Apertura intelectual y reduccionismos en la posibilidad del conocimiento de la fe... Con multitudinarias manifestaciones religiosas externas y poca presencia en la vida pública y cultural. Con un llamado “estado de bienestar” y escandalosos índices de pobreza y marginación.

              Entre unos ideales sublimes y una realidad de anticipada frustración. Entre gestos altruistas de una generosidad ejemplar, hasta formas egoístas desbordadas. Desde la predicación entusiasta de lucha por la fraternidad, la paz, el derecho de los hombres, hasta clamorosas manifestaciones de  intransigencia, violencia, intolerancia de aquello que no gusta.

              ¿Por qué me has abandonado? (Salmo 21).  Estas palabras las dijo Cristo en la cruz. Pero también las puede decir ahora dirigiéndose a cada uno de nosotros. ¿Por qué me has abandonado en los momentos de dificultad, cuando se desprestigia a  lo cristiano,   cuando se  hacían leyes injustas? ¡No conozco a ese hombre! Dijiste como Pedro negando a Cristo cunando tenías que dar testimonio de fiel cristiano…

              ¿Dónde estaba su Padre Dios? ¿Qué dice el Padre al contemplar a su Hijo de esta manera? ¿Dios calla? ¿Dios está ausente?  Es la paradoja de ver cómo los que no creen en Dios son los que más achacan a Dios las causas de los males que afligen al mundo.

              El mundo parece que está vació de Dios... No encontramos respuestas... ¿Dios está ausente o hemos vaciado el mundo de la presencia de Dios? ¿Dios no habla o hemos producido tales ruidos de egoísmo y de orgullo que ya es imposible escuchar a Dios?

              Dios calla porque ya ha hablado con suficiente claridad. Es la vida de su hijo Jesucristo la que está gritando con palabras de verdad. Es el ejemplo de su hijo el que está llamando imperiosamente al amor fraterno.

              En ti me abandono, Señor, tu eres mi pastor. Aunque camine por cañadas oscuras tu me proteges. Tu vara y cayado me sostienen. Pero no olvides que el cayado del buen pastor es la cruz (Salmo 22).

              Dios nos ha tomado de su cuenta. No dejes, Señor, que dominen las tinieblas. ¡Dios mío, me pongo en tus manos!


QUINTA PALABRA: TENGO SED (Jn 19, 28)


              Mi paladar está seco como teja y mi lengua pegada a mi garganta: tú me sumes en el polvo de la muerte (Ps 22, 16).

              Jesucristo tiene sed. ¡Pero si tú eres el manantial de agua viva! Cristo tiene sed. Y Él es la fuente de todas las gracias. Pero Cristo se revistió de nuestra humanidad y sintió con nuestros sentimientos.

              Hay una sed que quema los labios y una sed que abrasa el alma. Cuando uno se ve escarnecido, humillado, cuando se contempla la exclusión injusta, la marginación, la humillación de los débiles... ¡Dios mío, qué sed tan grande! Cuánta necesidad tenemos de agua limpia, de agua de justicia de agua de amor fraterno...

              El profeta se queja ante Dios: Señor: he tenido que apagar fuegos que nunca había encendido (Sirc 51, 4). No es extraño que nos sintamos víctimas, cunado, por el pecado y la ofensa a los demás, hemos sido crueles verdugos de las paz de los demás.

              También puede ser que, decepcionado por tantas incomprensiones, por tantos intentos fallidos, buscando la felicidad, se sienta el cansancio de una vida sin sentido…

              Es la peor de todas: la soledad de uno mismo. Sin razones para vivir y para esperar, sin querer a nadie ni sentirse querido de alguno. Dejando que sangren continuamente las heridas interiores de los desprecios recibidos, de la exclusión, del olvido a los que más se ha favorecido…

              Derramaré mis quejas sobre mi, dice Job, y hablaré de la amargura de mi alma" (Job 10, 1). Pedía agua y me daban vinagre, suplicaba paz y me llenaban de violencia, pedía comprensión y me excluían y marginaban, suplicada el perdón y no recibía más que amenazas…

              Hay dos formas especialmente dolorosas de sufrimiento: por el pecado y  por el amor. Lo primero es sentir la pena por haber hecho mal ante los ojos de Dios. El sufrimiento por el amor es el que llega del distanciamiento, del olvido y de la incomprensión de aquellos a los que más se quiere.

              ¿De dónde viene tanta sed de esperanza, de alegría, de paz? ¿Es que se han cerrado los pozos de la fe en Dios, de la escucha de su Palabra, de la práctica de los sacramentos, del arrepentimiento de los pecados, de la oración, del ejercicio sincero de la caridad fraterna…?

              Malo es morir de sed, pero peor teniendo el agua tan cerca. Cristo se pone a nuestro lado. Pasa delante de nuestros ojos. Si estás como tierra reseca y agostada por el pecado, Cristo ha ofrecido la amargura de su sed para que tu tengas al lado el manantial de los méritos redentores de su sangre.

              Cristo es la fuente que calma la sed. En ti esta la fuente de la vida (Ps 36, 10).

              De su costado abierto salió sangre y agua.  Todas mis fuentes están en ti, canta el salmo (Ps 86, 7). Cristo es el manantial de la verdadera  sabiduría, de las respuestas auténticas a las dudas y preguntas del hombre... El que bebe de esta sangre tiene la vida eterna (Jn 6, 54). El que se acerca al costado abierto de Cristo aprende a vivir con la verdadera vida.

              Todo lo puedo en Aquel que me conforta (Filp 4, 13). Se hicieron las tinieblas, pero no vamos a dejar que nos hablen las oscuridades. Que hable solo Cristo. Incluso con su silencio.

              Pero en esa "causa de Cristo" solamente caben unas armas: la humildad y el sacrificio. Humildad, para saber elegir y hacer el verdadero discernimiento de los auténticos valores que llevan a la salvación. Y sacrificio, pues solamente desposeídos de nuestro orgullo podemos aceptar el camino que Cristo nos ofrece: el de la Cruz.

              Miserere mei. Ten misericordia de y devuélveme la alegría de tu salvación (Salmo 50). El Señor es mi luz y mi salvación ¿A quién temeré?

SEXTA PALABRA: TODO ESTÁ CUMPLIDO (Jn 19, 30)

              Lo había dicho y repetido: Aquí estoy, Dios mio, para hacer tu voluntad (Hb 10, 7...)

              Todo se ha cumplido. Es la palabra del buen servidor que ha realizado su trabajo. Que ha cumplido su tarea. ¡Qué satisfacción tan grande Dios mío! El haber hecho lo que estaba en nuestras manos. Nadie puede decir que no puede amar a su prójimo.

              Todo está cumplido y ha llegado un tiempo nuevo

              Viernes Santo de la pasión de Señor. La cruz ha quedado plantada en medio del mundo. Ahora llegan las mil preguntas sobre el dolor, el sufrimiento, la pasión de los inocentes. La explicación no está en la cruz, sino en Quien esta clavado en ella. Solamente el amor y la entrega al servicio de los demás pueden dar razón de algo que desborda por completo el pensamiento humano. No entendemos la cruz. Pero sí comprendemos el amor de Cristo y el de tantos hombres y mujeres que con Cristo nos ayudan a llevar la cruz.

              ¿Todo ha terminado o todo comienza ahora con Cristo?

              Nueva es la pascua y nueva la víctima para el sacrificio. Nuevo es el hombre renacido con Cristo y nueva es el agua que limpia en el bautismo. Nuevo es el mandamiento del amor fraterno y nueva la alianza de Dios con los hombres. Nuevo es el pan y nuevo el alimento. Pues en las vísperas de nuestra pascua, el Señor nos dijo: esto es mi cuerpo. Y, ya para siempre, el pan consagrado, es el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo. Sacrificio y alimento, presencia en el tiempo y prenda segura de inmortalidad. El que coma de este pan, vivirá para siempre. Tú, Señor Resucitado eres nuestra pascua, nuestro alimento y nuestra esperanza de vivir para siempre.

              El hombre nuevo es el que busca sinceramente la verdad y quiere vivir en consecuencia con ella. Hombre viejo es el que se empeña en la mentira, confundiendo el camino de los demás. Hombre nuevo es el que está abierto al Espíritu, a la posibilidad de que Dios pueda hablar con un lenguaje original y desconocido. Hombre viejo es el que se cierra a cualquier tipo de conocimiento que no sea evidenciado por los sentidos. Hombre nuevo es el que se acepta gozoso como imagen e hijo de Dios. Hombre viejo es el que se empeña en desconocer su origen y su destino y camina por este mundo sin razón de ser ni horizonte que alcanzar. Hombre nuevo es el que se ha revestido de Cristo y hace de su vida imitación de su Maestro. Hombre viejo es el que se empeña en ser el único maestro de sí mismo. Hombre nuevo es el que se siente permanentemente agradecido a la bondad de Dios. Hombre viejo es el que ha perdido la capacidad del agradecimiento; el egoísmo le ha secado el alma. Hombre nuevo es el que hace de la caridad y del amor fraterno norma constante de su vida. Hombre viejo es el que no ama a nadie y no se siente querido por ninguno. Hombre nuevo es el que goza con la esperanza, el que se alegra con el bien. Hombre viejo es el que ha perdido la capacidad de gozar y de esperar. Hombre nuevo es el que ha resucitado con Cristo. ¡Cristo es el verdadero y perfecto hombre nuevo!

              Tenemos un mandamiento nuevo. Lo viejo es el egoísmo, la altanería... Lo nuevo es la entrega, la justicia, la misericordia. Lo rancio y enmohecido es el miedo a la esperanza. Lo pasado y endurecido es un corazón raquítico e insensible ante la necesidad de los demás. Lo nuevo es el amor.

              Que vuestra caridad no sea una farsa: Estad siempre junto al bien y detestando el mal (Rom 12, 19). Sabia y oportuna es la advertencia que nos hace el apóstol Pablo. La caridad está siempre del lado de la justicia, que es defensa y amparo de lo recto, del derecho que asiste a la persona.

              La justicia y la caridad se hermanan y ayudan. En forma alguna la caridad pretende ocultar las situaciones de injusticia, pero la sociedad será más justa en la medida en que se practique el amor fraterno.

              Ya nos lo había advertido el apóstol San Pablo: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rom 13, 8). Así ha de considerarse la caridad: como una gran deuda que hemos contraído con Dios, que nos amó primero, y con aquellos con los que nos ha unido el amor de Cristo, que se entregó hasta la muerte para la salvación de todos. 

              Amor universal, no sólo en cuanto a los destinatarios a los que ha de llegar la caridad, sino a quienes la han de practicar. Nadie está excluido de la obligación de amar a su prójimo. Ninguno puede quedar fuera de la bondad de Jesucristo que premiará lo que con él se hiciera. Los más pobres, no solo son los que han de recibir más ayuda, sino también los que pueden devolver más amor, pues solo con el amor a sus hermanos pueden pagar la bondad que reciben.

              La caridad cura el alma de las muchas heridas que en ella han dejado el egoísmo, la injusticia, la indiferencia, la falta de misericordia. El amor devuelve la esperanza en una comunidad humana cada día más fraterna.

              La caridad familiar, educativa, intelectual, política.. "De un compromiso activo y operante, fruto del amor cristiano a los demás hombres, considerados como hermanos, en favor de un mundo justo y más fraterno, con especial atención a las necesidades de los más pobres.

              Como hubiera amado a los suyos, quiso hacerlo hasta el extremo... No busque medidas para el amor...

              Todo se ha cumplido. Ha llegado un tiempo nuevo: el de la civilización del amor.


SÉPTIMA PALABRA. EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU (Lc 23, 46)

              Lo que me mandaste hacer se ha cumplido. Ahora te devuelvo lo que diste para realizar tan grande misión. Y el Hijo devolvió al padre su propia vida, su espíritu. En tus manos pongo mi espíritu. El padre recoge el espíritu, la vida de su Hijo y un día de, el de Pentecostés, nos lo dio a nosotros. Vivimos ahora con el Espíritu de Jesucristo. Y por eso, y solamente por eso, sus palabras tienen para nosotros toda la riqueza de la vida eterna.

              Si hubo algún tiempo de catacumbas y otro de refugio en sacristías, porque los poderes de este mundo no permitían otra cosa, ahora el cristiano está presente en cualquier realidad social, pública, ciudadana, pero tiene buen cuidado de que en nada se aprecie su condición de seguidor de Jesucristo. Existe una especie de autoexilio por acomplejamiento, por inseguridad en la fe, por una indigna actitud vergonzante. No hay, o es muy exigua, la influencia social del cristianismo. Los cristianos no aparecen en la vida pública. Prefieren recluir su fe en el espacio de lo privado.

              Después de realizar algunos signos maravillosos, Jesucristo advertía a sus discípulos que no se lo dijeran a nadie hasta que El resucitara de entre los muertos (Mc 9, 9). ¡Cristo ha resucitado! Debemos pues contar lo que hemos visto y oído. Somos testigos de su vida, de su muerte y de su resurrección.

              Testigos del Resucitado. Testigos de la esperanza. Vivir en el convencimiento de la fuerza del bien sobre el mal, del valor de la conciencia moral, de la posibilidad de la convivencia en paz, de la armonía entre lo diverso de la creación, de la fraternidad entre todos los pueblos, de la permanente construcción de esa ciudad nueva que es el Reinado de Dios.

              ¿Dónde están hoy los signos de la resurrección? En la Iglesia. Una Iglesia libre por la palabra de Dios, que nunca está encadenada y siempre es lámpara para guiar nuestros caminos. Viva, por los sacramentos, que son la fuente permanente del agua viva y del pan vivo bajado del cielo. Valiente, por la audacia de la caridad que no pone nunca medida cuando se trata de manifestar eficazmente el amor de Cristo. Joven, por la esperanza que se nos ha dado. Una Iglesia que mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro. Una Iglesia que no impone sino que ofrece. (Benedicto XVI. A los cardenales 20-4-05) Una Iglesia, como le gustaba decir al Cardenal Marcelo González Martín, que es como mantel que se pone sobre el altar, que es Cristo, para ofrecer el sacrificio a Dios. Si los manteles están sucios, no eches la culpara de las manchas a los manteles, sino la incuria de quienes los pusieron que no se purificaron de sus pecados.

              Cristo nos ha trazado el camino:

              Ante la tentación de ineficacia:   Aceptar el evangelio como levadura eficaz, con virtud más que suficiente, para transformar el mundo. No tenemos otra sabiduría, ni otra fuerza. Anunciamos a Jesucristo.

              Ante la indiferencia: Aceptarse como cristiano y actuar en coherencia con la fe recibida. Asumiendo el gozo y la responsabilidad que ello supone. Tan lejos del orgullo y el desprecio a los que viven de otra manera, como de una actitud rayando en lo vergonzante y jugando al disimulo.

              Ante la autosuficiencia: Tener en cuenta los intereses y derechos de Dios. Es la necesidad de salir de uno mismo y tener bien clara la fuente de criterios y los puntos de referencia. Dios tiene derecho a que le creamos. Dios quiere ayudar al hombre. En este convencimiento, el hombre se esfuerza por salir de si mismo y adquiere una libertad nueva: la de los hijos de Dios.

              Ante la deshumanización: Ir más allá de los derechos humanos. Lo cual supone respetar y vivir esos derechos, pero ir más adelante. El amor llega siempre más lejos. Cuando la justicia termina de recorrer su camino, el amor continúa avanzando.

              No ahogar el Espíritu, sucumbiendo ante el alud de cavilaciones, dudas, ambigüedades, esperando el día perfecto de una sociedad imposible. Dejarse llevar por el Espíritu de Dios es gustar la libertad presente en el conocimiento de que, más allá de cualquier duda, está la bondad de Dios como garantía para encontrar la verdad.

              En tus manos pongo mi Espíritu. El Padre recoge la vida de su Hijo y el día de Pentecostés la puso en las manos de la Iglesia.




CATEQUESIS FINAL



              Cristo muere en la cruz. Pero Cristo vive. Ha resucitado. Nunca una muerte y un silencio pudieron dar tanta vida y tan sabias palabras. Es que el amor no muere nunca. Y nuestro amor es Cristo.

              Cristo ha resucitado. Y con su resurrección toman nueva vida todas las cosas. El mundo entero tiene que ser como un sacramento, como una señal en la que descubramos y aprendamos a vivir en la gracia de Cristo. Será el amor fraterno el que haga olvidar viejos odios. Será la justicia practicada con fidelidad la que deje atrás enconados enfrentamientos entre hermanos, será la misericordia la que haga fuerte la unidad de los hombres, que un día estuvo resquebrajada por el egoísmo.

              Crucificado, muerto, sepultado y vivo por la resurrección. Caminamos con Cristo. Y el trato con Cristo no tiene amargura.

              Con Jesucristo, los mandamientos no son obstáculo y corsé que oprime y ahora la libertad de la persona... Sino ayuda para caminar con paso firme por la vida...

              Con Jesucristo, el evangelio no es carga de leyes y preceptos, sino anuncio de las mejores noticias para el encuentro con Cristo, Señor y Salvador

              Con Jesucristo, la Iglesia no es muro y parapeto que impide caminar con libertad y alegría... Sino que es madre y ayuda que nos acerca a Jesucristo.

              Con Jesucristo, las gentes no son grupo de egoístas entre el que hay que abrirse  camino a codazos... Sino hermanos nuestros y los mejores compañeros del camino.

              Murió ayer, vive hoy, retornará como juez. Esperamos su venida gloriosa y la abundancia de su misericordia.

              Cuando encontraba tus palabras las devoraba... Tu palabra, tus siete palabras en la cruz , Señor, son espíritu y vida.

              Al final, y como  oración, sirvan las palabras de la conocida cantata: Que mi hombro, Señor, sea como almohada donde repose tu cabeza coronada de espitas. A cambio, que tu corazón abierto sea el asilo y el descanso de nuestra vida. Amen.

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